¡¡Cuando el poder del amor venza al amor al poder, el mundo conocera la paz!!
Introducción:
En estos tiempos se ven en la iglesia
cantidad de ministerios, se han hecho varias reflexiones mostrando la falta o
abundancia de vocaciones, la felicidad o falta de felicidad de los pastores. Es
por eso que aquí quiero presentar una pequeña reflexión, la cual presenta unas
propuestas o aportaciones, sobre los ministerios de la iglesia.
Los ministerios, ha sido y seguirá siendo
uno de los principales temas del cristianismo actual, ya que está relacionado
no sólo con la vida de la iglesia en conjunto, sino con el presente y futuro de
sus ministros, no sólo en relación al pastorado, no sólo en relación al
ministerio de las mujeres, sino en relación con la base evangélica y pascual de
la iglesia.
Deseo explicar que mis reflexiones, aunque
al principio parezcan críticas, intentan ser constructivas para la iglesia y el
creyente. El amor hacia las ovejas, hacia los ministros, hacia los
adoradores, hacia los músicos, hacia
todas las personas que estamos en el servicio y obra de Dios, es lo que motiva
a buscar un cambio en todo aquello que puede dañar a la iglesia, recordemos que
solo se busca cambiar de un modo apasionado aquello que apasionadamente se ama.
El amor de iglesia, es el punto de partica
para un cambio estructural y personal de los ministerios, siguiendo la línea
del Reino que Jesús quiso establecer. El amor de iglesia, un amor que anterior
mente jamás se había conocido, por lo menos de la manera en que Jesús lo
presento, una pasión de Reino, tanto fue ese amor, que marco la vida de hombres
y mujeres (Magdalena, Pablo, Pedro, Juan, las mujeres de la Pascua, etc.).
Según el mensaje de Jesús, de ese amor y esa pasión surgieron unos ministerios
eclesiales que pueden y deben recrearse en nuestro tiempo, tomando las nuevas
circunstancias de la sociedad, en el momento de la iglesia actual.
Realmente los ministerios cristianos son de
gran valor y de mucha aportación para la iglesia, es por eso que deben
potenciarse en el momento actual, posiblemente de nuevas maneras, pero sin
perder lo que ha sido la gran tarea de la Iglesia, a lo largo de sus siglos de
vida. No puedo definir tu ministerio, pues depende de tu compromiso y de la
presencia activa del Espíritu de Jesús en tu vida, pero estoy seguro que esto
te ayudara a comprender y entender mejor tu llamado. Así que espero que
disfrutes esta reflexión, porque lo que aquí se expone no es una doctrina, sino
un camino de evangelio (de Buenas Noticias del Reino).
Principios
Básicos
Aprender a amar al prójimo (incluye amar a
los enemigos y, distintos: judíos, musulmanes, budistas y ateos), orando y
actuando a su favor, para que se puedan cultivar las diferencia. En ocasiones,
nos sentimos dueños del amor, y damos lecciones a otros, para que sean como
nosotros queremos que sean, y no como ellos quieren.
La gratitud se mantiene como principio
teológico, pero en ocasiones convertimos a la iglesia en un código de
seguridad, dejando la libertad y el amor cristiano en un segundo plano.
Proclamamos la gracia, la pintamos en escudos, e incluso la defendemos en las
teorías anti-pelagianas, pero apenas dejamos que sea manifestada y se exprese.
Alabamos el amor gratuito de Dios en
hermosos cultos, decimos que es fuente de todo lo que existe, pero cuando todo
acaba y nos enfrentamos a la vida actuamos como si no confiáramos en ella (en
el mismo Dios), y menos aún en la bondad de las personas (la presencia de Dios
en el hombre). Pareciera que la iglesia ha construido un sistema jurídico,
elevando de manera jerárquica sus órdenes eclesiales y morales, como si fueran
parte de la revelación de Dios, ante esto se corre el riesgo de olvidar la
vida, y de negar la gratitud, que es el único poder que nos puede vincular por
encima de los otros sistemas de poder político y económico que gobiernan sobre
el mundo (al igual que gobernaba Roma en tiempos de Jesús, claro que ellos lo
hacían de manera más eficaz).
Decimos que Dios es amor, pero no podemos
expresarlo en la vida concreta, de manera que nuestras teorías teológicas o
nuestros mensajes predicados, se pueden volver simples abstracciones o retórica
vana. No debemos olvidar que la iglesia es comunidad de amor, una institución
libre, un grupo de personas que celebran y expanden el anuncio de Cristo con
gozo y gratitud. Pareciera que más que una comunidad de amor, fuera una
instancia de control afectivo y social.
Muchos dicen que más que impulso de amor,
la iglesia se ha convertido en organismo de cautela moral, al servicio de unas
seguridades santas, que no brotan del evangelio. Cuando nosotros decimos que
Dios es Padre, afirmamos que Él nos ha hecho en libertad, para que podamos
explorar en gozo y que expresemos de forma apasionada la felicidad de nuestra
vida en un encuentro personal con los demás (ya sea cristiano o no); pero
muchos (creyentes y no creyentes) piensan que la iglesia les cierra los caminos
afectivos (diciéndoles ¡esto no, tampoco aquello!) y los trata como menores a
quienes se les debe enseñar, proteger y guiar de sus propios males.
Hasta el momento no se conoce alguna
institución que le diga a las personas que se amen como son tantas veces. La
iglesia lo ha dicho a lo largo de siglos, pero en ocasiones no lo dice con sus
hechos o ejemplos, no busca el bien de los distintos (los que están dentro y
fuera de su espacio, no les ofrecen un camino de libertad y experiencia de
Reino. Aunque la iglesia pide a los hombres y mujeres que se amen libremente,
algunos piensan que ha creado un terrorismo de conciencia, ya que les dictan
que hacer, dan presiones sociales e infunden miedos de infierno.
Hasta aquí notamos que aunque la iglesia
cree en el amor, muchos piensan que ella cree en un amor paternal, el cual es
guiado y dirigido por su jerarquía; creando asi un sistema de religión
vigilada, donde los funcionarios eclesiales fijan a los demás el evangelio, en
vez de animarles a que escuchen y amen por sí mismos.
Gracia
Universal: un don para todos, no seguridad impuesta
Jesús supera la ley (Tora del judaísmo), y
abre el evangelio a todos: no establece un pueblo nuevo, menos una iglesia
especial, sino hace un movimiento de Reino (busca una unidad universal). Muchos
dicen que la iglesia ha terminado siendo una institución de poder, en un
sistema sagrado. Y es claro que si quiere permanecer en la sociedad debe estructurarse
como institución, pero de manera ex-céntrica, porque debe buscar el bien de los
demás, y superar su interés particular, poniéndose así al servicio de la
armonía mesiánica, haciendo así que se exprese y se expanda la gracia del
evangelio sobre el sistema.
Hubo una época que la iglesia se mantuvo en
las catacumbas (periferia social), pero posteriormente irrumpió en la vida
pública del imperio romano (siglo IV y V d.C.), asumiendo funciones que la
sociedad de ese entonces descuidaba. Cuando cayó el imperio Romano, realizó
tareas muy valiosas, las cuales contribuyeron al crecimiento del mundo
occidental. Lamentablemente adquirió poderes menos evangélicos y más económicos
y políticos. A tal punto que a partir del Siglo XII d.C. cuando surgen los
estados en Europa, ella estaba organizada de tal manera que se presento como
instancia de poder universal, era un sistema sagrado con un poder directivo
inmenso en occidente. Lamentablemente quiere seguir siendo así, la iglesia
sigue buscando poderes políticos y económicos, más que poderes del evangelio.
La situación del deseo de Poder en la
iglesia debe cambiar, pero lamentablemente algunos Pastores, Líderes y
Apóstoles tienen miedo al cambio, pareciera que les cuesta fundarse solamente
en el evangelio, para así poder asumir el mensaje y el camino del Reino,
recuperando así la experiencia pascual, en las nuevas situaciones del mundo y
la humanidad entera. Algunos desean que la iglesia evangélica sea una gran
organización de poder religioso, y que tuviera un sistema de creencias claras,
las cuales serían definidas por un grupo de especialistas, los cuales son
capaces de mantener un control ideológico o social sobre todo el conjunto
(hacerlo como una institución centrada que concreta, de una manera plena todos
los poderes)
En contra de esto y sin negar el carisma y
la unidad, son muchas las personas (cristianas y no cristianas) que piensan que
la iglesia debiera renacer del evangelio (o volver a la fuente como algunos
mencionan) haciéndolo en libertad de búsqueda y mutua comunión, dialogando con
las culturas actuales y desarrollando la novedad pascual del Cristo, en
diferentes maneras, que se comunican entre sí en amor y libertad, no a modo de
sistema (imponiéndolo).
No se trata de hacer que la iglesia sea una
entidad invisible, sino que la iglesia pueda ofrecer un espacio concreto de
comunión, pero, en libertad, que pueda compartir la Palabra y el Pan, que sea
abierto a todos los humanos, no como un principio de poder, sino de animación,
no imponiéndolo como un estado espiritual (los cuales son visualizados en
ministros y poderes apostólicos), sino como una fraternidad de amor, haciéndolo
al estilo de Jesús, encarnándose en cada cultura y situación.
Su fuente de unidad, por lo tanto, no puede
ser una jerarquía, ni la imposición de un dogma hecha por expertos, ni el
dinero, ni la burocracia, sino simplemente el amor mutuo de aquellos que
dialogan entre sí, buscando a Dios en el bien de los demás, y cada uno
compartiendo con todos el pan concreto de la vida, desde Cristo Jesús.
Se debe hacer una con-currencia
(convergencia y comunicación) del camino concreto (Cristo) con personas y
grupos que se van vinculando, ya que cada uno busca el bien y el gozo de los
otros, sin más autoridad que el amor compartido, ya que cada persona es
portadora del amor de Dios (ya que es imagen de Dios) y representante de
Cristo, frente a un sistema que se impone sobre la humanidad, desterrando a los
pobres.
El amor de Jesús, el cual es nuestra base y
motor, y es borde y centro de la iglesia, no puede ser expresado en poderes
superiores, y menos apoyarse en estructuras de dominio, sino que debe
encarnarse y expandirse en cada uno de los hombres, haciendo posible así, un
camino compartido, en el que los creyentes invierten la tendencia normal y
egoísta del mundo, dejan de buscar su bien propio, sino el bien de los demás.
A diferencia de una “imagen de poder santa”
(aposto) la cual es representante de Cristo, se debe elevar la novedad del
evangelio, la cual presenta al ser humano (cada hombre y cada mujer) como
encarnación de Dios. Basándonos en esta experiencia de gracia, la iglesia debe
actuar como institución de gratitud, en la cual todos los creyentes son libres
y actúan unos al servicio de los otros, movidos por el Espíritu Santo, de manera
que con-curren en un mismo camino de reino, sin que nadie esté por encima de
los otros por deseo de poder o estrategia de seguridad, ya que cada uno sabe
que su bien propio y su plenitud está en el bien del otro. Me hace recordar (1
Corintios 9:24-26), se podría decir que la victoria de cada creyente consiste
en procurar que venza el otro y que así podamos vencer todos (cuando mi
victoria es ver al otro en victoria, todos somos victoriosos).
Empezando
a hacer la Práctica
Lo novedoso de este tema no es lo que aquí
se escribe, sino el llevarlo a la práctica, cumplir esta tarea, lograr este
reto, impulsar y enriquecer desde ese fondo a todos los creyentes, motivando y
animando las estructuras y funciones de la iglesia, haciendo así que sus
valores actuales (acción social, comunicación y presencia solidaria) se
expresen con una mayor fuerza, en una estructura que responda mejor al
evangelio. La iglesia parece estar amarrada por esquemas eclesiales y sociales
de manera dualista (separan lo sagrado de lo profano, jerarquías y miembros,
sacramentos y la vida mundana).
El evangelio está en contra de esto,
recordemos que la vida eterna es presencia de Dios en Cristo, por lo tanto cada
creyente y cada humano es encarnación de Dios, por medio de Jesucristo
(Representante de Dios en la tierra). Entonces la iglesia se convierte en
camino de evangelio, una comunión gratuita y gozosa de personas que comparten
la vida del mundo caminando hacia el Reino.
La iglesia debe ser comunión viable para
los creyentes, un lugar donde ellos puedan encontrarse y dialogar, de una
manera personal, no hacer que personas intermediarias les sustituyan (ya que
cada uno es persona ante Dios, y en la comunidad), no hacer que una institución
actúe en su nombre, apelando a una pretendida autoridad de Dios. Con esto
quiero decir que nadie en la iglesia puede sustituir o elevarse sobre nadie, ya
que Dios (el Dios que se encarno en Jesús) se encarna en cada uno de los
hombres y mujeres, y lo hace en amor, de manera que todos pueden tener comunión
y pueden comunicarse, buscando cada uno el bien del otro.
Esta es la novedad que debiera anunciar la
iglesia (su mesianismo): que pueda encontrarse todo creyente de Jesús de un
modo personal, en amor siempre inmediato, el cual supera las mediaciones
objetivas (las instituciones, los poderes y sistemas) los cuales tienden a
ocupar el lugar de las personas, solamente porque resuelven algunas de sus
necesidades exteriores, pero impiden que se acentúen de una manera libre, cada
uno por sí mismo, ante la comunidad, ante Dios y ante los otros.
La
iglesia está constituida de manera inmediata por y para los hombres
(varones y mujeres) de manera que en ella solo deben importar las personas, en
una relación de amor, el cual está por encima de todos los séptimos días, o
poderes autónomos que tienden a volverse Jerarquía, el evangelio según Marcos
nos dice en (Marcos 2:27-28) RV95 “También les dijo: -el sábado fue hecho por
causa del hombre, y no el hombre por causa del sábado. Por tanto, el Hijo del
hombre es Señor aún del sábado.”
Es por esto mismo que frente al capital,
mercado u empresa (que se vuelven instituciones autónomas, sobre las personas)
la iglesia debe ser siempre una estructura de comunión concreta: un lugar donde
las personas puedan encontrarse, mirarse, admitirse, acogerse y engendrarse,
comiendo y bebiendo juntos, vinculados por amor (amor de Dios en cada uno, como
sucedía en las comunidades de los primeros cristianos) hasta abarcar en
libertad a todos los seres humanos. Cuando una posible institución se
sobrepone, por encima de este encuentro mutuo, de persona a persona, imponiendo
normas sobre la relación personal del amor caminante de unos con otros, se
destruye la iglesia cristiana.
La iglesia vale más cuando no aparece como
institución ni busca serlo, para que se pueda dialogar de un modo más directo, en libertad de amor.
Los testigos de ese amor, los fiadores de ese dialogo y los que van por el
camino compartido, los cuales forman a la iglesia, han de ser sus servidores o
ministros. No convirtiéndose en jerarquía (que es contrario al evangelio) o un
poder religioso que se defiende a sí mismo pensando que defiende a Cristo.
Debemos recordar que lo sagrado, para
Jesús, no es un poder social o personal que pueda apartarse de la vida, sino la
vida misma de los hombres, amados por Dios y capaces de amarse unos a otros, en
(Marcos 10:42-45) RV95 nos dice “Pero Jesús, llamándolos, les dijo: -Sabéis que
los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorearan de ellas, y
sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino
que el que quiera hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor; y el
que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos, porque el Hijo del
hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate
por todos.” Dios se encarna en los hombres (no en las instituciones),
produciendo en ellos caminos de comunicación, donación y encuentro mutuo. Es
por esto que, si unos hombres se elevan y sancionan en nombre de Cristo, creando
instituciones de poder en nombre de Dios, dominando sobre los demás, esas
personas dejan de actuar como cristianos, y dejan de ser mediadores de Palabra
y Pan, para convertirse en beneficiados de un sistema de poder
En Fin
los ministerios han de ser testigos del Reino de Dios (testigos del amor de
Dios) y no de ubicación de poderes, jerarquizados para imponer a los humanos
normas en nombre de Dios. Un ministerio no es un puesto en una institución
Religiosa, sino una muestra del amor de Dios para con todos los humanos. Por lo
tanto, todos pueden ejercer el ministerio al cual son llamados, sin ninguno ser
mayor que el otro o estar por encima del otro, recordando que “aquel que sirve
a los demás es el mayor”.