Un
llamado a la Adoración (Juan 4:23-24)
Actualmente existe un gran problema en el
cristianismo (la iglesia misma), y es la falta de adoradores (falta de
adoración a Dios), se habla de que hay miles de cristianos, pero no adoran y
muchos de quienes lo hacen, lo hacen mal, de manera que no logran cumplir el
mandato de Jesús en (Juan 4:23-24) RV95 el cual nos dice: “Pero la hora viene,
y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en
verdad, porque también el Padre tales adoradores busca que lo adoren. Dios es
Espíritu, y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que le
adoren”.
La nueva generación de cristianos no son
adoradores, ellos piensan que eso ya ha pasado de moda, que no hay necesidad de
postración ante el Santísimo Dios; muchos no creen ni siquiera en el culto ni
en la iglesia. A diferencia de estos están los cristianos tradicionales, los
cuales nos obligan a venerar al Santísimo Dios; lo malo es que centran su
religión en culto e iglesia (culto más que la “praxis” o práctica, sumisión a
la iglesia más que adoración verdadera).
En este contexto quiero presentar esta
reflexión, que nos lleva a ser promotores de un “culto” el cual es servicio, un
servicio que es ofrenda de dones ante Dios y nos invita a penetrar en la
adoración cristiana. Se necesitan nuevos adoradores, que descubran a Dios por
medio de Jesucristo.
Diferenciemos
algunos términos
Alabanza: Expresión de gozo y canto
por la inmensidad y gracia de Dios. ¡Cuán hermoso eres tu oh Dios! ¡Cuán
maravilloso es el hombre (humanidad: mujer y varón) cuando está en tu
presencia! Es por eso que te cantamos e incluso bailamos desde el fondo mismo
de nuestras vidas.
Adoración: Postrarse o inclinarse en
sentido de reverencia, es rendir ante Dios nuestros dones, porque es Santo,
porque es grande. ¡Yo le ofrezco mi existencia (mi vida) al inclinarme
(postrarme, venerarlo, arrodillarme, humillarme) delante de su presencia!
Bendición: Palabra buena, que
proviene de Dios y nos llena, ofreciéndonos espacio de existencia. Es por esto
que nosotros devolvemos a Dios la bendición (¡Te bendecimos Señor!) ofreciendo
con esto palabra buena a todos los seres del cielo y la tierra, con una gran
especialidad en los hombres (humanidad) que son nuestros hermanos.
Glorificación: Gloria
quiere decir brillo de Dios, es la santidad gozosa, la cual nosotros
descubrimos como cielo o plenitud de la existencia. Dios nos glorifica (nos
salva) por medio de Cristo. Es por esto mismo que nosotros respondemos a él, devolviéndole
la gloria (¡Te damos gloria Dios! ¡Gloria a Dios!).
Agradecimiento: La
alabanza puede entenderse como gesto y palabra de acción de gracias. Todo lo
que somos lo recibimos de manera gratuita, es por esto mismo que nos gozamos y
lo devolvemos todo a Dios en señal de gratitud la cual queremos expandir
también hacia los hombres (humanidad), que son hermanos nuestros.
Después
de la alabanza, viene la adoración:
Cuando dirigimos los ojos hacia Dios, admirándolo
y cantando su grandeza, volvemos y nos observamos, vemos hacia nuestro adentro
(nuestro interior) y nos preguntamos ¿Qué podemos hacer? Nos vemos tan pequeños
y dependientes delante de Él, tan pecadores, pero al mismo tiempo, sostenidos
por su gracia la cual nos alienta y nos sostiene, es allí cuando entramos en adoración, pero ¿cómo podemos entender la
adoración? Debemos comprender la palabra adoración en los tres idiomas
importantes:
Histajawah/Adoración (en hebreo): Es
postrarse totalmente en el suelo (inclinarse hasta el suelo). Este es un gesto
utilizado por los siervos orientales, los cuales se inclinan y arrojan al suelo
ante sus señores, mostrándoles de esa manera una total dedicación y hacerles
ver su impotencia. A lo largo de la historia hay muchas personas (hombres y
mujeres) que se han postrado completamente en el suelo, en sentido de sumisión
y reconociendo su propia pequeñez delante de Dios, el cual los levanta de la
tierra y los invita a caminar con Él.
Proskynein/Adoración (en Griego): doblar
la rodilla, esto sucede en la escena de los sabios (magos) de Oriente según
(Mateo 2:8), los cuales se inclina y se arrodillan ante el niño de Belén
(Jesús), este gesto de inclinación hace ver el sentimiento de ellos hacia Dios
(no se sienten dignos de hallarse en pie ante su presencia). Se dejan caer ante
los pies de Dios (el Niño Jesús) demostrando de esta manera su homenaje y
reverencia; entregándole de esta manera su vida y sus dones, presentándose como
siervos de aquel (Dios) a quien adoran.
Adoratio/Adoración (en Latín): ad-orare,
dirigirse orando a otro, de esta manera se insinúa al gesto de aquella persona
que se inclinaba hasta besar el suelo delante de aquel a quien le ofrecía
reverencia o, simplemente, besa a quien adora, demostrándole así su amor y
cariño. En este sentido, se puede decir que adorar significa amar, es como
compartir el mismo aliento con aquel a quien amamos (esto nos vincula con él
por medio de la respiración y la palabra)
En
cualquiera de estos tres sentidos, desde el postrarse en suelo hasta el beso de
amor entre iguales, es claro que la adoración implica el reconocer que mi vida está
en manos de otro, ante el cual me arrojo, o me arrodillo, o le beso en la mano,
los pies o la frente, e incluso dejando que él me bese, ya que vivo de su vida
y respiro con su aliento. Desde este fondo se vincula la adoración y la
alabanza de (Lucas 2:14) RV60 que dice "¡Gloria a Dios en las alturas, Y
en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!" ya que parten de
una misma experiencia sagrada pero con matices diferentes.
Después de esto podemos decir que alabanza es
la respuesta de júbilo de nosotros los hombres, que viendo a Dios, nos
olvidamos de nosotros mismos, por admirar y contemplar su grandeza; por eso es que
cantamos y elevamos palabras jubilosas. Por el contrario, la adoración es la
respuesta del que, viendo a Dios, mira hacia él mismo (su interior) y se siente
(se reconoce) indigno, por lo mismo se inclina hasta el suelo, para que quién
le ama (Dios) lo eleve y le bese, ya que solo se puede adorar en verdad a aquel
que puede besarnos y animarnos con su aliento.
Los
verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad
Nuestro modelo y el centro de nuestra adoración
debe ser Cristo, quien ofreció a Dios su vida (en espíritu y verdad), tal como
lo dice (Juan 4:23) “Pero la hora viene, y ahora es, cuando los
verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también
el Padre tales adoradores busca que lo adoren.” Esta es la verdadera y única
adoración: vivir como lo hizo Jesús, procurando que nuestra vida sea rica
(espiritualmente “ser enriquecidos por la fuerza del Espíritu Santo”) y gozosa
ante Dios, haciéndolo como muestra de verdad.
Está bien inclinarse y arrojarse hasta el suelo
ante Dios, como siervos (según la línea Hebrea), también es bueno arrodillarse
ante nuestro Dios, viéndole como a nuestro Señor (según la línea griega) pero
más que eso nosotros debemos adorar a Dios, ofreciendo todo lo que existe y aún
más que eso, ofrecernos nosotros, a nosotros mismos, en espíritu y verdad, ser
una ofrenda viva, santa y agradable, sabiendo que éste es nuestro culto
racional, así como lo resalta Pablo en (Romanos 12:1). Adorar no solamente es
estar delante de Dios, sino vivir con Dios, como gesto de gratitud, por darnos
vida con su vida y dejarnos respirar con su aliento, y no solo eso, sino que
también por levantarnos y animarnos con un beso, el cual nos hace amigos de Él.
Es por esto que le adoramos y le rendimos culto, es por eso que debemos
adorarle siempre.
Cuando llegamos a realizarnos como humanos
plenamente iluminados por Cristo (ser humanos plenos), desplegamos nuestra vida
ante Dios, y esto es el culto y la adoración que ofrecemos (adoramos en
espíritu y verdad). Cuando alcanzamos esto nosotros vemos desde Dios hacia
nosotros mismos, ya no nos arrodillamos y nos tiramos al suelo de manera servil
(siervo), porque Dios nos ha levantado y nos ha besado (nos ha hecho sus hijos,
sus amigos), ahora lo haremos con gesto de exaltación, de agradecimiento, es más,
podemos ponernos de pie ante el don divino; porque podemos vivir, caminar y realizarnos por Él (Cristo) y con Él
(Cristo). Desde este punto, la adoración se vuelve un compromiso de existencia
humana, siguiendo el camino de la entrega redentora de Cristo.
Dios nos libra de todas las otras maneras de
adoración, social, política o religiosa, no debemos inclinarnos o postrarnos
ante nadie, ni ídolos, ni ciencia o naturaleza, ni ante reyes, presidentes o
tiranos, ni ante el estado, leyes o decretos, ni ante partidos políticos o
clases sociales que puedan pedir adoración. Por esta razón nosotros los
cristianos no adoramos a ninguna jerarquía de la tierra, aun cuando ella diga
que es sagrada.
Adorar
a Dios por su revelación, por nuestra redención y por su comunión
Solo a Dios veneramos y a él adoramos, lo
hacemos por tres razones: primero por su revelación (Dios se reveló “encarno” como
humano “el niño de Belén, Jesús mismo” en este mundo). Segundo, por su muerte
(Dios ofrece su vida y la comparte con todos los hombres, estando en medio del
mismo dolor). Tercero, por su comunión (Dios, que es vida, comparte la vida con
nosotros). A la luz de estas tres razones, descubrimos que Dios ya no se
presenta como un poder aplastante o como un Señor que intimida, sino que se nos
revela por medio de la vida frágil de un Niño (Jesús) quien es humano, el cual
por amor, se entrega hasta la muerte, y muerte de cruz, por todos nosotros, sus
hermanos, sus amigos, para salvarnos y darnos vida, comparte la vida con
nosotros (en comunión). Es por esto la adoración de nosotros los cristianos,
hacia Dios, por eso podemos adorarle y debemos adorarle, debemos tener una vida
de adoración a Dios.
Adorarlo por su Revelación (encarnación)
Al descubrir a Dios por medio de un Niño (Jesús)
los de ese tiempo le ofrecen dones de sabiduría y riquezas humanas (Incienso,
Oro y mirra). Adorar a Dios, actualmente, significa ofrecer nuestros dones a
todo niño, para que así, pueda vivir, aun cuando se hallen amenazados por
Herodes (personas que tengan miedo de perder sus privilegios, o reinados de
poder injusto), con esto se puede decir que adorar a Dios en su revelación es
ponerse al servicio de la vida que nace, es lograr crear un mundo donde los
niños puedan crecer en amor, paz y esperanza.
Adorarlo por nuestra redención (su crucifixión)
Al adorarlo en su nacimiento, se sigue adorando
en su crucifixión, esto es ponerse al servicio de todos los crucificados, es
decir, de aquellos que son expulsados, marginados, que se hayan al borde de la
muerte. Es volverse amigos y compañeros (defensores y libertadores) de los que
sufren en la tierra. Adorar a Dios significa amar y servir a sus pobres, Besar
a Dios es acompañar a los que sufren.
Adorarlo por la comunión (compartir la vida
eterna)
Este es el momento de máxima adoración ante el
Santísimo (Dios), el cual se muestra tres veces santo. Aquí es donde se da el
beso verdadero de la adoración, cuando Dios comparte su vida con nosotros y
nosotros estamos en comunión con Él. Solo aquí podemos caminar tomados de su
mano y respirando su aliento, en este momento, cuando estamos llenos de él,
podemos adorarle en “espíritu y verdad”.
Adorar
es más que Inclinarse o postrarse, es accionar
Ahora no solamente debemos conformarnos con
arrodillarnos o postrarnos, debemos “besar a Jesús (Dios)” ya que encontramos a
Jesús, en las personas más pequeñas de la tierra (los niños), y en los que
sufren (hambrientos y encarcelados “la cruz”), pero sobre todo, en los hermanos
con los que nos relacionamos (tenemos comunión, ser fraternales y compartir la comida).
Esto nos lleva a adorar a Dios y solo a Dios, en los niños, en los que sufren,
y en nuestros hermanos, haciéndolo como símbolo de respeto, solidaridad y mutua
ayuda (dar un beso de amor)
Debemos respetar a todos los hombres de la
tierra, quererlos como hermanos nuestros, siendo hermanos de Jesús e hijos de
Dios; pero no debemos inclinarnos ante aquellos que se sientan grandes
(poderosos opresores). Nosotros debemos ser adoradores en un gesto de amor a
los pequeños, ya que en ellos, descubrimos la presencia de Dios que viene y se
revela según (1 Corintios 1:27-28) que nos dice “sino que
lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del
mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte; y lo vil
del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que
es”. Debemos adorar a Dios por medio de ellos, en gesto de servicio reverente,
ya que a Dios no le podemos adorar, si no se manifiesta primero nuestro amor
ante los hombres.
Primero está la gracia de
Dios, la cual se muestra en Cristo, por nosotros los hombres, nos convertimos
en: lugar de Dios y portadores del evangelio. Como respuesta nosotros adoramos
a Dios sirviendo a los pequeños, pero esto es solo como segundo plano, ya que
es una consecuencia del adorar a Dios en espíritu y verdad, por tanto ha de hacerse
y vivirse de una forma gozosa y creadora.
Dios sigue buscando adoradores,
que le adoren en espíritu y verdad, busca personas como tú y como yo, los
cuales le hemos conocido, le hemos visto y hemos tocado sus heridas, y mejor
aún, caminamos con él, de su mano, besándole, viviendo con su vida, y
respirando con su aliento, desde el momento que nos levantó, cuando estábamos postrados
en el suelo, cambio nuestras vidas y nos hizo amigos de él, por eso le adoramos.
El estar al servicio de los pobres y crucificados es solamente una característica
de la adoración a Dios, el mostrar amor hacia el hombre es simplemente un
reflejo del amor que Dios nos ha dado. La verdadera adoración es amar a Dios, y
ofrecerle nuestros dones (nuestra vida) día a día, en gratitud.