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jueves, 18 de abril de 2013

Aquí estoy. ¡Envíame a mí! (Isaías 6:8) Profetas


 

Pastores y Líderes que se Arriesgan…
En (Isaías 6:8) NVI nos dice “Entonces oí la voz del Señor que decía: — ¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? Y respondí: —Aquí estoy. ¡Envíame a mí!”.  ¿Cuantos de nosotros no hemos dicho esto? Este versículo nos debería hacer reflexionar ya que nos hace ver como Dios pide ayuda a un sacerdote instalado en la corte. Dios pregunta ¿A quién enviaré? el sacerdote, llamado Isaías, se siente solicitado y responde: ¡Aquí estoy! Es exactamente aquí donde empieza su gran aventura: decide arriesgarse con Dios, y andar por el mundo, a través de caminos nunca transitados, conociendo nuevas aventuras. Pregunto a ustedes ¿Quién se apunta? Ya que hacen falta personas que tengan un espíritu de compromiso en la Iglesia.

Isaías es llamado
El llamado de Isaías nos sitúa frente a una de las experiencias fundamentales de la historia bíblica. Es aquí donde el mismo Dios nos despierta y mueve, para hacernos enviados suyos en el mundo.

Se puede decir que Isaías era un sacerdote honrado, de clase superior, un noble. Él vivía del culto, tenía para comer, y muy bien. Lo único que tenía que hacer era decir la palabra que se esperaba, en el momento adecuado, tanto para el rey como para el pueblo de Jerusalén. Luego de la muerte de un rey, Isaías asiste a la ceremonia de coronación del nuevo rey de Judá, en Jerusalén, junto con sacerdotes y nobles, sentándose en primera fila. Estando allí, Dios habla, él podía evadir y seguir pensando en lo suyo, o cantar con todos, para seguir en el juego de la vida, pero Dios lo llama para atender una tarea especial. La duda aquí sería ¿estará él dispuesto a escuchar y a comprometerse con Dios?

Esto sucede en el año 739 a.C. Isaías, posiblemente mirando hacia el rey, hacia lo profundo de su corazón, descubrió a su Dios (el Dios Verdadero) y luego escucho una voz, la cual lo marcó para siempre.
De hecho (Isaías 6) NVI elaborado y redactado por él mismo, trata sobre esto “El año de la muerte del rey Uzías, vi al Señor excelso y sublime, sentado en un trono; las orlas de su manto llenaban el templo. Por encima de él había serafines, cada uno de los cuales tenía seis alas: con dos de ellas se cubrían el rostro, con dos se cubrían los pies, y con dos volaban. Y se decían el uno al otro: «Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria.» Al sonido de sus voces, se estremecieron los umbrales de las puertas y el templo se llenó de humo. Entonces grité: « ¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos, ¡y no obstante mis ojos han visto al Rey, al Señor Todopoderoso!»

En ese momento voló hacia mí uno de los serafines. Traía en la mano una brasa que, con unas tenazas, había tomado del altar. Con ella me tocó los labios y me dijo: «Mira, esto ha tocado tus labios; tu maldad ha sido borrada, y tu pecado, perdonado.»  Entonces oí la voz del Señor que decía: — ¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? Y respondí: —Aquí estoy. ¡Envíame a mí!

Nuestro Dios se muestra “Teofanía” (Isaías 6:1-4)
Recordemos que posiblemente estemos en la ceremonia de elección del nuevo rey, El Sacerdote del Templo (Isaías), quien era hombre de letras, al servicio de la corte… de pronto siente que Dios le llama, y lo hace para confiarle una misión peligrosa, de  manera que si lo acepta deberá arriesgarse por Dios.

“Vi al Señor”, bueno mejor dicho, se mostró (se me hizo ver) al verdadero rey o señor que es DIOS. Isaías está viendo al nuevo rey de Israel (al que estaban coronando), pero penetra aún en un nivel mayor y descubre al rey verdadero (DIOS) sentado sobre un trono excelso.

Isaías no ve al sumo sacerdote ni a un rey terrenal, sino al Rey supremo, sentado, presidiendo y dirigiendo desde arriba. Además el cuerpo y rostro de Dios le resultan invisibles ya que a Dios nadie jamás lo ha contemplado. Lo único que logra ver con claridad son los velos de su manto. Podríamos decir entonces que el Dios inmenso de los cielos llena con su manto el templo de la tierra; es claro que nosotros los hombres no podemos contemplarle pero tocamos sus vestidos.

Los serafines llevarán a Isaías al verdadero camino de Dios, y le harán caminar por sendas que hasta entonces nadie había transitado. El vuelo y la adoración de los serafines son gesto de respeto y suma libertad. Respetan: por eso cubren su rostro para no ver al Dios invisible, y se cubren los pies, para no exponer su vergüenza  a la luz del misterio. También claman: ellos elevan su voz, gritan la palabra de confesión sagrada (¡Santo, Santo, Santo!). Aquí desaparece el ejercicio de sacrificio, no hay animales muertos ni sangre. La alabanza de Dios es identificada con la voz de un canto.

¡Santo, Santo, Santo! El atributo primordial de Dios es éste. Lo existente en el mundo es profano, ya que todo se consume, todo es vanidad y muere. A diferencia de esto, Dios es Santo, palabra que no podemos pronunciar los seres de la tierra. Aun cuando los serafines no pueden contemplar a Dios, le cantan, aunque no alcancen su misterio más profundo, pueden y quieren alabarle. Es Dios victorioso, que reina y extiende desde el cielo su dominio sobre todo lo que existe, por esto es todo poderoso, y por esto mismo continúa el canto en contrapunto de gozosa admiración ¡La tierra toda está llena de tu gloria! Sabemos que el cielo  o el templo es el lugar de gloria de Dios, pero aquí añade que aún la tierra de los hombres está llena de la gloria de Dios. Es por esto que se llama a Isaías, para hacer que la tierra, sea un lugar en el cual se expresa la grandeza de Dios y su salvación.

Se estremecieron los umbrales de las puertas… Su visión termina con sucesos que se parecen a los del Sinaí en Éxodo 19:16-20. Hay terremoto, el templo se mueve, voz como trueno que proviene del mismo ser divino; también hay humo, que es señal de gloria y fuego, y el humo es como nube que marca la presencia divina sobre el mundo. Todos estos sucesos, son clara representación de una visión profunda de la divinidad. Pero de todo esto resalta algo grandioso y nuevo: Dios purifica a su profeta para que pueda realizar la obra que Él le encomendó en el mundo.

Un Profeta que debería morir “Sentido de Culpa” (Isaías 6:5-7)
Luego de expresar lo visto, pasa a la respuesta de profeta, la cual está llena de pavor por su visión, pero recibe el signo purificador de Dios el cual lo consagra como Profeta (Isaías 6:5-7) NVI dice “Entonces grité: «¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos, ¡y no obstante mis ojos han visto al Rey, al Señor Todopoderoso!» En ese momento voló hacia mí uno de los serafines. Traía en la mano una brasa que, con unas tenazas, había tomado del altar Con ella me tocó los labios y me dijo: «Mira, esto ha tocado tus labios; tu maldad ha sido borrada, y tu pecado, perdonado.»” Aquí se pueden resaltar dos cosas importantes: Primero la confesión de pecado (más que pecador, el profeta se siente tan pequeño e inmundo ante tal majestad), siente condición de muerte:
¡Ay de mí, que estoy Perdido!... es una clara expresión de alguien que sabe que ha llegado a su fin (podríamos decirlo ahora como “me muero”). Isaías se mantiene con vida sólo porque Dios cubre su rostro: se sabe que cuando Dios descubre su rostro la vida termina. Esto  nos hace reconocer lo humano que somos, Nosotros no podemos mantenernos ante el Dios de la verdad, que es el Dios de la justicia y de los pobres.
-Soy un hombre de labios impuros… Descubrimos aquí que el sentido de muerte no viene solo porque ha visto a Dios, sino porque, al estar ante tal majestad y gloria, descubre su impureza personal. Al escuchar el canto de los serafines por la santidad de Dios, el profeta reconoce y siente su impureza en el mismo lugar que debía estar lleno de pureza: refiriéndome a sus labios. El profeta reconoce que TIENE QUE APRENDER A DECIR LA VERDAD E ILUMINAR AL PUEBLO. Isaías en este momento es un hombre que se siente incapaz de decir la palabra de Dios, no puede dar su mensaje, no siente un compromiso, ni tiene el valor para aventurarse a los caminos que le está mostrando, pero tiene que hacerlo.
-Y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos… Isaías empieza a ver su entono, ve a sus amigos, al pueblo, a los hombres y mujeres de su tiempo, todo el pueblo que está en la ceremonia, y descubre que ellos también están impuros, es un pueblo que miente,  y sobre todo resalta también los labios (el cual es el lugar de la palabra). La condición de las personas del templo de Jerusalén en ese entonces es mentirse unos a otros, engañarse… no es mucha la diferencia con las personas de la actualidad, la mentira está en el mundo y en la sociedad sagrada (en la iglesia, junto al pastor y los ministros que cantan) y el oponerse a esa mentira, es el principio de la profecía.
¡Y no obstante mis ojos han visto al Rey, al Señor Todopoderoso! Ese es el final de su lamento, no logra imaginar cómo sus ojos han visto aquello que nunca deberían. Ha visto al verdadero Rey, al Señor todo poderoso, creador de todos los hombres. Lógicamente y según la tradición hebrea, el profeta debería morir aquí. Pero no muere y se mantiene delante de Él, no sale de su presencia.   
Dios purifica la vida, Los labios (Para la palabra)… Luego de que Isaías tuviese esa experiencia de muerte, y la superara (se pregunta  ¿qué puedo hacer?) es aquí cuando la figura de Dios actúa en forma creadora, iniciando un camino de vida (en este caso un juicio) a través del profeta.        
“En ese momento voló hacia mí uno de los serafines. Traía en la mano una brasa que, con unas tenazas, había tomado del altar Con ella me tocó los labios” Este es el signo de purificación e investidura. Un ritual de iniciación, el fuego es un aspecto de muerte (quema y mata) pero también hay un nuevo nacimiento: una consagración de los labios del profeta
“Con ella me tocó los labios y me dijo: «Mira, esto ha tocado tus labios; tu maldad ha sido borrada, y tu pecado, perdonado.»”        Es interesante como él escucha una voz que le dice “tu maldad ha sido borrada…” El profeta se da cuenta de que está limpio, y que Dios lo quiere así para que pueda ser enviado y realice su obra. Isaías escucha unas palabras de un cambio profundo. La voz de los serafines nos llevan ante Dios, que es Santo. El gesto de los serafines, cuando purifican al profeta, nos colocan como los seres importantes de la tierra.
Eres tú, soy yo, nosotros hemos sido purificados y escogidos para decir las palabras de Dios (EVANGELIO). Somos nosotros los que debemos actuar como profetas, siendo la voz de Dios en el mundo. No se trata de otras personas sino de nosotros, (TU Y YO). Nosotros mismos somos Isaías, en la reunión de la iglesia, en nuestras actividades sociales familiares y eclesiales hoy 18/04/2013 12:20:07 p.m. , como Comprometidos con Dios (Profetas de Dios),caminando por las sendas nuevas y no conocidas, anunciando la Palabra de Dios (EVANGELIZANDO).

Dios pregunta ¿A quién enviaré? (Isaías 6:8-13)
El escuchar esa voz es tan interesante, tan suave (no con gritos), es una voz que llama al corazón y de manera muy respetuosa hace una invitación, esperando la respuesta del profeta. Dios no ordena a gritos, ni se impone, solamente piensa, pide ayuda… es como hacer una reflexión consigo mismo y pidiendo ayuda:
¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? En este momento Isaías ha entrado en la intimidad de Dios: ya ha visto aquello que no se puede ver y no ha muerto. Los serafines lo  han limpiado de su inmundicia… es hasta aquí cuando puede escuchar la conversación más secreta de Dios: él puede entrar en el corazón de la preocupación del gran Rey, divino y sublime, que, aun pudiéndolo todo, NECESITA, QUE ALGUIEN HABLE EN SU NOMBRE Y QUE TRADUZCA SU PALABRA EN VOZ HUMANA: ¿Quién ira por nosotros? (posiblemente Dios habla con sus ángeles o consigo mismo). Dios es Palabra, e Isaías ha entrado en esa palabra, penetro más allá del manto del templo de este mundo. Escucho a Dios, Dios nos necesita, Dios nos llama… Tenemos que ayudar a Dios a traducir su palabra a la voz humana.
—Aquí estoy. ¡Envíame a mí! Es interesante que Dios demande, busque, pida… Pero luego es el profeta el que suplica, y se pone en sus manos: ¡Señor yo estoy aquí, yo puedo hacerlo, envíame, por favor! Solo aquel que ha entendido este pasaje comprende al Dios de los profetas, y por ende ha llegado al centro de la Biblia. Dios necesita profetas (Personas que pasan de la típica ceremonia y liturgia del templo y se pongan a la disposición de la palabra de Dios).
Dios sigue preguntando ¿A Quién Enviaré?, solamente nosotros, tu que estas leyendo esto, yo que lo estoy escribiendo, podemos responderle: ¡Aquí estoy, aquí estamos, envíanos a nosotros!
Todos experimentamos este impacto de alguna manera, pero lamentablemente la mayoría no lo reconocemos, por nuestra impureza y seguimos tan en-soberbiados, tan desinteresados y ajenos a la visión, al encuentro con el Rey, con el todo poderoso. Al final se trata de Ayudar a Dios… poder ser palabra de Dios para las personas..
Espero que hayan muchos que podamos decir: ¡¡¡AQUÍ ESTOY… ENVIAME A MI!!! Me comprometo contigo Dios.
Bendiciones